Por: Inés Muñoz Aguirre
La Ratonera
Es un placer entrar a un
espacio teatral en nuestra ciudad y encontrarse con una gran escenografía, de
salones, ventanales, bibliotecas, escaleras. No es que eso indique que vamos a
ver buen teatro, pero es el primer indicio de que hay un trabajo serio y eso
siempre alimenta nuestras expectativas. Ya hemos tenido mucho tiempo
descubriendo el quita y pon, de la escena compartida.
En el montaje de La Ratonera,
no se puede negar que a medida que avanza la obra nos sentimos conquistados por
el trabajo de un grupo de actores venezolanos que se enfrentan a quizá uno de
los textos más famosos de Agatha Cristie, estrenado por primera vez en Londres
en 1952 y cuya historia transcurre en la
sala principal de la casa de hospedaje de Monkswell Manor, ubicada en las
afueras de la ciudad.
Esta obra dirigida por
Vladimir Vera, logra mantener la atención del espectador quien se ve envuelto
no solo por una historia considerada uno de los mejores textos del teatro contemporáneo,
debido a la sostenida intriga que entrelaza la vida de unos personajes
atrapados por una tormenta de nieve, sino por el impecable trabajo de actuación
realizado por cada uno de los interpretes de los personajes: Verónica Schnenider, Gerardo Soto, Nacho Huett, Flor
Elena González, Gonzalo Veluttini, Paula Woysechowsky, Augusto Galíndez y
Martín Brassesco.
Sobrios como
los personajes que les toca representar, descubrimos en ellos un trabajo
consistente, creativo y capaz de construir con cada una de sus acciones la
trama llena de suspenso que mantiene en vilo al espectador.
Las funciones
de La Ratonera, producida por Nohely Arteaga y Catherina Cardozo rondan las
cien, lo cual indica que el publico venezolano está ávido de buen teatro, de
buena dramaturgia, de obras que no están escritas con la intención de agotar la
taquilla valiéndose de lo superficial y de la risa fácil, sino que son obras
cuya calidad les ha permitido trascender en el tiempo y que se convierten en
nuestro medio teatral en un reto a la actuación, a la dirección y a la
producción. El público venezolano ha reconocido esta obra al respaldar un
trabajo sobrio, en el que se han cuidado todos los detalles y en la que a
medida que avanza nos atrapa por unos personajes que se sienten vivos, capaces
de atraer sobre ellos la atención de los espectadores quienes se recrean
en las características que sobresalen en
cada uno, un trabajo impecable, sostenido
entre el gris, la calma y la invitación a la sospecha que logra Gerardo
Soto para su personaje o el extremo del personaje interpretado por Augusto
Galíndez quien logra el rechazo, la repulsión, el juego con lo siniestro y lo
deforme, hasta recordar los esperpentos de Valle Inclán. O la delicadeza, el
empeño, el gesto nervioso e insatisfecho que se logra en la protagonista de la
obra, a la rudeza y contundencia del personaje interpretado por Paula
Woysechowsky. Cada uno de los personajes está allí, palpitantes, cada uno mejor
que el otro. La Ratonera se consolida
como una propuesta que tenemos que reconocer, aplaudir e invitar a ver, a los
que todavía no lo han hecho.
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