martes, 30 de abril de 2013


TEATRO EN ANALISIS 0005
Por: INES MUÑOZ AGUIRRE





MONOLOGOS DEL SILENCIO


Obra: Monólogos del Silencio
Autores: Patricia Zangaro; Mónica Montañés; Lisandro Ruedas; Gerardo Blanco López y Gladys Prince.
Actriz: Gladys Prince
Anfitriones: María Fernanda Esparza y Cipriano Castro Flores.
Dirección: Gerardo Blanco López



Dos constantes caracterizan el trabajo de Gerardo Blanco, su interés por los textos que tienen que ver con la estructura sicológica femenina y la capacidad para estructurar e hilvanar piezas cortas o fragmentos, trabajo que logra muy bien al convertir los elementos escenográficos como muebles, alfombras o adornos en parte de la obra misma, al ser movilizados por actores que consiguen en esta acción su propia razón de ser y la del objeto que les acompaña. En su más reciente trabajo “Los monólogos del silencio” se dan por completo estas dos premisas, sumadas a su capacidad demostrada a lo largo de su extensa carrera teatral de dirigir a muy buenas actrices, junto a las que construye interpretativamente esos personajes que tanto le inquietan.
Un escenario limpio con colores contratantes, rodeado del público sirve de espacio a Gladys Prince quien durante una hora y veinte minutos interpreta cinco mujeres unidas por un sentimiento: el silencio. Lo que no se atreven a decir pero que vive allí estrujándoles el alma. Trágicamente, no puede verse de otra manera la alienación en que se sumergen. Cargadas de preguntas y ansiedades que buscan en los otros, sin poder alcanzar su realización. Búsqueda que al producirse en lo exterior acaba siempre en un sentimiento de frustración.
Gladys Prince confirma en este trabajo su reconocida carrera de actriz. Un trabajo en el que además es  de gran importancia el intercambio de energía que se produce con el espectador, porque cada uno de los personajes que interpreta tienen una fuerza que los arrastra hacia un encuentro o hacia una ruptura. Una fuerza que se traduce en cada gesto, en cada movimiento y en la voz.
Son cinco estas mujeres silenciadas por la vida. La primera de ellas toma forma aferrada a su vestimenta negra y represora. Entre las sombras aflora la angustia y el derecho a elegir. Si entregarse al amor equivale a ser lapidada, la dura acción condenatoria será bien recibida. La puesta se inicia con tan fuerte confrontación, que como espectadores parecemos pender de un hilo a punto de reventarse en cualquier momento. La actriz se balancea apoyada en la música del violín que toca Inés Bravo, creando una fuerte tensión.
La segunda mujer expresa la debilidad, la ingenuidad, la espera, el sueño frustrado que parece haber llegado al mundo habitando su cuerpo, por el solo hecho de haber nacido mujer. Gladys consigue en este personaje a una mujer que parece fresca cuando aparece en escena, pero que luego a medida que reconoce el paso de los años, se reconoce a sí misma, soñando un imposible. Sueño que sólo tiene fin con la muerte
La tercera mujer sujeta por su vestido de encajes, flores y lazos rojos, nos transporta en un texto escrito en verso y prosa hacia otros tiempos, hacia el sacrificio tras la lucha y el amor a un país de Policarpia Salavarrieta quien fue espía y termina su vida, fusilada. La actriz logra el ritmo melodioso de una época en su forma de abordar el texto y nos sorprende en medio de un clasicismo que se hace breve.
La cuarta mujer no puede con ella misma, se reconoce frente al analista víctima de sus emociones y de sus sensaciones. La lucha con su cuerpo, el sentir y no sentir le da pie al director para hacer de este momento, la muestra de un recorrido espacial en el que utiliza el escenario en su totalidad, casi que minuciosamente, mientras la actriz expresa en sus movimientos el dominio de su cuerpo asociado a la acción.
La quinta mujer, la que sirve, la que admira y extraña surge de su intérprete vestida con una ingenuidad que compra al público. Un momento único es la interpretación de la canción que sirve de introducción a la historia, porque permite a Gladys Prince mostrar sus recursos vocales.
Toda esta propuesta surge de los textos de cinco autores cuya coincidencia temática permite a Blanco no darle tregua al espectador. Se encuentran plenamente director y actriz para dejarnos amarrados al asombro, a la risa, a la sorpresa, al dolor, a la nostalgia. Al salir de la sala se reconoce que el hechizo surtió efecto: se ha roto el silencio.

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