TEATRO EN ANALISIS 0005
Por: INES MUÑOZ AGUIRRE
MONOLOGOS DEL SILENCIO
Obra: Monólogos del Silencio
Autores: Patricia Zangaro;
Mónica Montañés; Lisandro Ruedas; Gerardo Blanco López y Gladys Prince.
Actriz: Gladys Prince
Anfitriones: María Fernanda
Esparza y Cipriano Castro Flores.
Dirección: Gerardo Blanco
López
Dos constantes caracterizan
el trabajo de Gerardo Blanco, su interés por los textos que tienen que ver con
la estructura sicológica femenina y la capacidad para estructurar e hilvanar
piezas cortas o fragmentos, trabajo que logra muy bien al convertir los
elementos escenográficos como muebles, alfombras o adornos en parte de la obra
misma, al ser movilizados por actores que consiguen en esta acción su propia
razón de ser y la del objeto que les acompaña. En su más reciente trabajo “Los
monólogos del silencio” se dan por completo estas dos premisas, sumadas a su
capacidad demostrada a lo largo de su extensa carrera teatral de dirigir a muy
buenas actrices, junto a las que construye interpretativamente esos personajes
que tanto le inquietan.
Un escenario limpio con
colores contratantes, rodeado del público sirve de espacio a Gladys Prince
quien durante una hora y veinte minutos interpreta cinco mujeres unidas por un
sentimiento: el silencio. Lo que no se atreven a decir pero que vive allí
estrujándoles el alma. Trágicamente, no puede verse de otra manera la
alienación en que se sumergen. Cargadas de preguntas y ansiedades que buscan en
los otros, sin poder alcanzar su realización. Búsqueda que al producirse en lo
exterior acaba siempre en un sentimiento de frustración.
Gladys Prince confirma en
este trabajo su reconocida carrera de actriz. Un trabajo en el que además
es de gran importancia el intercambio de
energía que se produce con el espectador, porque cada uno de los personajes que
interpreta tienen una fuerza que los arrastra hacia un encuentro o hacia una
ruptura. Una fuerza que se traduce en cada gesto, en cada movimiento y en la
voz.
Son cinco estas mujeres
silenciadas por la vida. La primera de ellas toma forma aferrada a su
vestimenta negra y represora. Entre las sombras aflora la angustia y el derecho
a elegir. Si entregarse al amor equivale a ser lapidada, la dura acción
condenatoria será bien recibida. La puesta se inicia con tan fuerte
confrontación, que como espectadores parecemos pender de un hilo a punto de
reventarse en cualquier momento. La actriz se balancea apoyada en la música del
violín que toca Inés Bravo, creando una fuerte tensión.
La segunda mujer expresa la
debilidad, la ingenuidad, la espera, el sueño frustrado que parece haber
llegado al mundo habitando su cuerpo, por el solo hecho de haber nacido mujer.
Gladys consigue en este personaje a una mujer que parece fresca cuando aparece
en escena, pero que luego a medida que reconoce el paso de los años, se
reconoce a sí misma, soñando un imposible. Sueño que sólo tiene fin con la
muerte
La tercera mujer sujeta por
su vestido de encajes, flores y lazos rojos, nos transporta en un texto escrito
en verso y prosa hacia otros tiempos, hacia el sacrificio tras la lucha y el
amor a un país de Policarpia Salavarrieta quien fue espía y termina su vida,
fusilada. La actriz logra el ritmo melodioso de una época en su forma de
abordar el texto y nos sorprende en medio de un clasicismo que se hace breve.
La cuarta mujer no puede con
ella misma, se reconoce frente al analista víctima de sus emociones y de sus
sensaciones. La lucha con su cuerpo, el sentir y no sentir le da pie al
director para hacer de este momento, la muestra de un recorrido espacial en el
que utiliza el escenario en su totalidad, casi que minuciosamente, mientras la
actriz expresa en sus movimientos el dominio de su cuerpo asociado a la acción.
La quinta mujer, la que
sirve, la que admira y extraña surge de su intérprete vestida con una
ingenuidad que compra al público. Un momento único es la interpretación de la
canción que sirve de introducción a la historia, porque permite a Gladys Prince
mostrar sus recursos vocales.
Toda esta propuesta surge de
los textos de cinco autores cuya coincidencia temática permite a Blanco no
darle tregua al espectador. Se encuentran plenamente director y actriz para
dejarnos amarrados al asombro, a la risa, a la sorpresa, al dolor, a la
nostalgia. Al salir de la sala se reconoce que el hechizo surtió efecto: se ha
roto el silencio.
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